Respiro tortuosamente, recostada entre sábanas en forma fetal, los cristales densos y oscuros de mi cabeza descansan en desorden, no hay lugar claro en el que esté cuando se está mentalmente perdida o quizás demasiado clara de cual es tu tierra y tu clima.
Siento como mis pies corren aterrados por la arena fría, decididos, corren.
Siento como mis pulmones cansados comienzan a detenerse.
Siento como el calor que nunca supe albergaba mi cuerpo desciende desde mi nuca hacia la tierra.
Siento como se abre esa última puerta del pasillo
y como el hombre de los sueños quebrajados me mira atemorizado. -Entra.
Sus ojos oscuros pobres de destello alguno recorren mi rostro,
no lo acepto,
me siento extraña siendo víctima de su silencio tan inocentemente temeroso.
Tengo las manos vacías,
la mirada vacía.
Mi cuello, mis piernas y mis hombros flaquean,
me desvanezco,
no hay espacio alguno para un grito desgarrador en busca de ayuda.
La expresión de mi rostro,
un papel virgen a punto de ser triturado,
la mayor calma,
el menor miedo por morir,
por perder las pasiones de esta tierra turbulenta,
no tuve nada,
nada tengo y nada extrañaré.
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