Hasta que punto mis gritos iban a ser ignorados, ni una sola hoja del árbol se movió, ni una piedra se agitó, ninguno de los perros respondió con ladridos.
El agua comenzaba a enfriar aún más mi cuerpo, sentía cada centímetro de mi piel arrugado como una pasa, como luego de un largo baño de espuma en la infancia.
Cuando me cansé de gritar escuché el silencio, escuché un amarillo brillo en el fondo, el agua se saboreaba densa, mi cuerpo se volvía liviano, cada vez más, estaba elevándome desde el fondo a la superficie pero no tenía como acercarme un poco más a la orilla para lograr impulsarme y salir.
¿Salir de qué? ¿Para ir a dónde? La casa se había alejado, los árboles se habían caído, el camino se había escondido, las voces se habían apagado, el eco se había suspendido hace tanto tiempo que ni el vacío lo podría seducir y hacer volver. Una sonrisa, estaba donde tenía que estar, vuelvo a ser una pluma ensangrentada que viaja hacia el fondo, todo es borroso y desaparece una voz que comenzaba a aparecer.
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