Quería morir en nosotros, en tu cama, rasgando tu pecho y trenzando mis dedos con tus cabellos. Quería morir en tus pupilas envuelta en tu cálida agonía y despertar en silencio para darte la espalda.
Gritaría mi nombre o el nombre que quisieras darme, la piel me quemaría hasta los suspiros, hasta el extremo de mis dedos, podía arder entonces la tinta sobre el papel y yo pensando sin tregua alguna ¿Cómo verter mis venas en tus huellas? ¿Cómo podría hacer eternos los quejidos que de tu boca ansiaba arrancar?
Despertar. El caos viene y me hace suya, la sed es mía. Ya no anhelo tenerte como la niña que fuí, hoy te tengo, hoy muero en tu cuerpo, rasgo tu piel hasta herirte y soy en secreto el reflejo de tus pupilas al darte la espalda.
Grito mi nombre y susurro el tuyo, te hago eterno y me vuelvo un segundo.
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