Estamos escritos -me dijo- en tus ojos. Lo miré sorprendida, tomé la botella de cerveza y mirándolo directamente, bebí. En mis ojos no hay poemas perdidos -le dije- en mis ojos no hay más que un reflejo borroso. No me vengas con huevadas cursis a mi. Me altera que no veas en mi mirada, en mis actos, en mi palabra y en el rojo de mi boca que no me convencen esas cosas que las señoritas aplauden. Asúmete loco y desgraciado, que con eso me basta. Por último cállate y sigámonos la cueca mutuamente, como jugando, con eso es suficiente.
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