Los papeles,
teñidos del color de tus ojos,
agrietados por el sigiloso paso del tiempo,
se reúnen sobre mis piernas,
donde está la juventud,
suave y tierna,
donde está tu voz.
Las lineas,
las letras,
se derriten, tiemblan suave,
caen marcando el camino que ignoran,
se pierden.
El árbol más grande del patio,
al que abrazaba en invierno,
húmedo por la gruesa lluvia derramada,
es la única huella, robusta y agrietada,
que me recuerda,
revolviendo mis ideas decoloradas hoy,
el sonido de mis tacones,
hacia donde no había sombra.
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